7.04.2009

Señales

Cuando es inútil enviar señales; cuando se pierden, cuando no son leídas, cuando no quieren ser leídas, cuando no hay interés por leerlas.

Cuando pides a gritos y pareciera un simple murmullo, indescifrable, ilegible, inimaginable.

Si pudiera leerlas, si quisiera leerlas, si tuviera el más mínimo interés en hacerlo, tal vez leería estas líneas que sin duda, se van a perder entre muchas otras señales que he enviado, entre muchos otros gritos que sin decir nada, se volvieron sollozos, y así nomás, dejaron de existir en el espacio entre los dos.

12.17.2008

Escrito en una canción


Entre una palabra y otra, encontró un espacio para dar una calada y respirar. Respirar, algo que tan cotidiano y tan ajeno a lo conciente, a lo que digerimos de inicio a fin. Sonaba “que me basta con ser tu enemigo, tu todo tu esclavo, tu fiebre tu dueño…” y daba otra calada.

Abrió la puerta del pequeño departamento y caminó hasta de la plaza. Dio otra calada y se sentó en una banca, al lado del jardín. Pensó por un momento, regresar en el tiempo, buscar su infancia, vivir sus quince años, sus veinte, sus treinta. Dio otra calada.

Pensó después en otro hombre que se sentara a su lado, pensando en sus quince, sus veinte y sus treinta, y trato de olvidar aquello que lo afligía, en tumbarse en la alfombra a la orilla de la chimenea, como dicen, a esperar a que suba la marea. Pero nadie se sentó a su lado.

Pensó en los adioses que no maquillan un hasta luego, en los nuncas que no esconden un ojalá, en las cenizas que no juegan con fuego, en los ciegos que no miran para atrás. Y sin dar acuse de recibo, juntó todas las palabritas que daban vuelta en su cabeza, las metió en una bolsa que guardaba en quiénsabedónde y las echó a la fuente.

Sólo le quedaron algunas paraules d´amor que decidió no remojar, guardar para alguna emergencia, algún encuentro urgente, algún día cercano, tal vez. Al parecer, aún tenía esperanza. Vaya usted a saber.

6.15.2008

Llorar por llorar


Ausencio era un triste profesional, de vocación, de cepa; desde niño supo que la felicidad que parecían compartir sus compañeritos de escuela era ajena a él, y que por alguna razón era inmune a las risas contagiosas que escuchaba en los patios del colegio.

Nunca le causó conflicto. No era un tema de resignación ni depresión; no vivió un evento traumático ni tenía problemas distintos al resto. Simplemente era un triste, era su naturaleza.

Al paso de los años fue encontrando compañía. Juan Francisco, un chico depresivo; Efraín, el miedoso del grupo y Mario Alberto, el melancólico.

Asuencio era el líder del grupo. De alguna forma reunía las patologías de sus compañeros, los entendía aunque no compartía del todo su dolencia. Era reflejo y pared, el complemento ideal, la síntesis.

Estos chicos se veían como auténticos, fieles a su naturaleza; la felicidad estaba sobrevaluada y era síntoma inequívoco de la aspiración mediática, el verso popular, la zanahoria del caballo. No existía y punto, ellos eran más puros así.

Un buen día los chicos conocieron a Dolores. Afirmaba ser triste, al igual que Ausencio. Su presencia escandalizó un poco a los chicos, una vez que para ellos el único triste puro era su líder. Sin embargo, la aceptaron.

Pasaban los días quejándose por los parques, llorando un poco por los cafés y buscando algún chubasco para ir y tener un arranque melancólico catártico y liberador.

Ausencio y Dolores, como era de esperarse, comenzaron a entenderse juntos, a verse en el reflejo del otro, a oler su tristeza, a juntar sus soledades. Y así, poco a poco, rumiando por los rincones, llorando por llorar, enumerando despedidas y pérdidas lejanas, se comenzaron a sentir un poco menos tristes… Y consideraron cambiar de giro.

5.25.2008

Primates asesinos


En su lecho de muerte, Sigifredo Eliseo Rico veía apacible como uno a uno iban llegando los miembros de su familia; Eleuteria, su mujer, con quien había vivido los últimos 45 años de su vida; Darío, el mayor de sus tres hijos, abogado de profesión, hombre ejemplar. Estaba también Martina, su única hija, madre abnegada de cinco estupendos niños, y por último, Eleazar, chamán, alquimista y terapeuta new age.

Todos sabían que le quedaba poco tiempo al viejo Sigifredo Eliseo Rico. Esperaban resignados sus últimas palabras, que a pesar de su fugacidad, ocuparían un lugar central en el recuerdo que los presentes guardarían del casi difunto.

Por el pasillo del hospital pasaba una enfermera con su hijo; ella entró al almacén a recoger utensilios, dejando al niño fuera. Éste, aburrido, decidió husmear por ahí, hasta dar con el cuarto de Sigifredo Eliseo Rico. Entró.

El niño – de nombre Augusto… No porque importe ni porque alguien se haya enterado –, tendría unos 10 años, desenfadado, locuaz y un poco torpe. Al verlos a todos tan serios, pensó que lo mejor sería contar un chiste.

- ¿Les cuento un chiste? – Dijo confiado y en voz alta.

Mutis.

- A ver si se lo saben. ¿Por qué los changos no van a fiestas?

Mutis

- ¡Porque son pa changas! ¿Entendieron? ¡Pa changas!

Sigifredo Eliseo Rico dejó escapar una carcajada que desconcertó a su esposa e hijos; incluso se enderezó un poco, y a la mitad de una risotada comenzó a tener problemas para respirar. En ese momento entraron los médicos, que intentaron hacer algo para salvarlo. Sigifredo Eliseo Rico Murió. De una carcajada.


(El acta de defunción decía en su primera versión: “Muerto de la Risa”. Tuvo que ser modificado… Qué falta de humor. )

7.30.2007

Espacios y Artificios


Mi abuelo me dijo de niño que nosotros, algunos, cualquiera, únicos tal vez, estamos destinados a vivir en un estado especial entre el sueño y la vigilia; habitamos un lugar que no es lugar, en un tiempo que no es tiempo, donde podemos viajar de un sitio a otro instantáneamente, sin que nadie lo vea, sin pedir permiso.

Lo recuerdo sentado viendo a la ventana sin verla, sentado sin estarlo, estando sin estar; pensaba que viajaba a un pasado que no existió, con una vida que no vivió, a una opción que podía reemplazar por otra con tan sólo decidirlo de nuevo.

Hay días en los que antes de dormir cierro los ojos y viajo a uno de los tantos puntos que existen en este espacio, tan lleno de espacios, tan lleno de puntos, donde platico con el viejo de tantos viajes que viajo con sólo pensarlo, en realidad, sin pensar.

Ahora mismo, tal vez, haya alguien que me vea y piense: “ahí está”, cuando en realidad me estoy contando un cuento, viajando un viaje, tal vez con el viejo, tal vez con alguien más.

7.22.2007

Por si me olvido de mí


Eliseo Alatriste decidió emprender un viaje a quiénsabedónde, 10 años atrás, donde los ahoras aún son sueños, donde las palpitaciones eran más vigorosas, donde los músculos funcionaban mejor.

Eliseo no es ningún irresponsable; pidió permiso al jefe, se despidió de los amigos e incluso encargó su gato con la amiga de una prima hermana a la que estima “en serio”, según me dijo.

Antes de partir, como indican las buenas costumbres, telefoneó al joven Eliseo para avisarle de su llegada; le pidió no decirle a nadie más, pues quería darle una sorpresa a todos en casa.

Durante el camino Eliseo durmió profundo. Soñó con una mujer cuyo rostro no podía distinguir, pero sabía que había amado con toda su alma, y por más que caminaba para alcanzarla nunca podía llegar.

Soñó también con un ventanal al borde de un bosque verde y frondoso, en una tarde lluviosa, donde un viejo le hablaba desde atrás y le decía muchas cosas, muchas.

En quiénsabedónde nada había cambiado; Eliseo se sintió cobijado, mimado por las calles que pisaba, el viento que lo delineaba, el tiempo que corría a un ritmo lento y amable.

En la mesa de un café del barrio Deporahí, Eliseo y el joven Eliseo se sentaron uno frente al otro.

- ¿Y? – Dijo Joven Eliseo
- Y nada. – Dijo Eliseo mientras sorbía un café muy caliente, mirando alrededor como ido – Sólo tenía ganas de verte.
- Ya… Bueno y cuéntame, ¿al final caminaste?
- Mucho, algunos caminos más de los que te imaginas. Otros, parálisis total.
- ¿Hijos?
- Nada.
- ¿Guerrillero?
- Menos.
- Puta madre, no sé si quiero saber.
- Yo tampoco.

Ambos permanecieron callados por un rato, bebiendo café, mirándose y mirando a la gente que pasaba por ahí. De pronto un trío entró al local y comenzó a tocar unos boleros, que Eliseo tarareaba tímido.

“Yo que fui del amor ave de paso…. Yo que fui mariposa de mil flores…”

- Venga, Eliseo, dime. Sé que algo pasa, te conozco, te sé leer. Cuéntame, sabes que puedes. Si no a mí, ¿a quién? – asentó joven Eliseo.
- Tengo preguntas.- Dijo con la mirada clavada en los ojos de joven Eliseo.
- Dime, te escucho.
- Quiero que me digas… Que me cuentes qué te gusta, qué haces, con quién te diviertes; dime cómo le haces para emocionarte, para sentir, así nomás, así de pronto, de sorpresa. Aún duermes de corrido, ¿cierto? Cuéntame cómo lo haces, como sueñas. Ya casi no me pasa ¿En qué sueñas últimamente? Dormido o despierto. Cuéntame qué sientes cuando ves a Juliana, cuando te habla, cuando no te habla. Dime cómo puedes estar solo, cómo te soportas todo el tiempo, solo, contigo. Cuéntame qué te enoja, qué te duele, cómo sientes el fuego en el vientre, dime por favor. Dime cómo vas en casa, qué dicen todos, cómo te quieres largar, cómo quieres vivir y punto, vivir y nada más. Necesito saber, Eliseo…

Eliseo no aguantó y sus jirones se hicieron agua que bajó por sus mejillas trémulas, por las comisuras de sus labios que no pudieron seguir hablando y callaron. El joven Eliseo lo vio con calma y ternura, se levantó de su silla y envolvió a Eliseo con sus enormes brazos, porque sabía que eso necesitaba, que eso quería, que para eso había venido, y mientras el trío seguía tocando, le dijo quedo: “Tranquilo, Eliseo, yo te cuento, te digo lo que quieras.”

1.12.2007

De Pasada

Últimamente, como dijera el hombre, habemos pocos de esta raza, sin ser racistas, simplemente, habemos pocos; pocos de muchos, mezclados entre todos, con ganas de hacer y sin hacer nada, dejando pasar lo que siempre ha pasado, simplemente, pasado.

Tardes sin mucho y llenos de todo, acorralados entre un respiro y otro, viendo hacia atrás – si es que en realidad podemos – buscando desesperados en las comisuras de los minutos las horas que han pasado, como pasa todo.

Decir sin pensar, y hacer por hacer, cosas que pasan entre todo, entre todos, así de pronto, así nomás, con un signo de interrogación al final sin uno al principio, así pasa, pasa todo.